Carrie, Samantha, Charlotte y Miranda marcaron la diferencia
Aunque parezca mentira, hasta hace 15 años muchos hombres no sabían que las mujeres hablaban de sexo sin miramientos y, sobre todo, sin compasión. La que descubrió el pastel fue «Sex and the City», serie que revolucionó la televisión y que nueve años después de su último capítulo sigue siendo influyente.
Carrie, Samantha, Charlotte y Miranda marcaron la diferencia: muchos hombres que seguían pensando que eran más sexuales por naturaleza, se ruborizaron. Y muchas mujeres, que ya lo sabían pero nunca habían dicho nada, se rieron primero por dentro y luego sin pudor ante frases como «dile a un hombre que le odias y tendrás el mejor sexo de tu vida».
El caso es que, desde aquel 7 de junio de 1998, todos se quedaron enganchados al televisor, viendo cómo se desglosaba esa verdad no reconocida.
El final del siglo XX no se traducía, entonces, en un Apocalipsis o en el «efecto 2000″, sino en una «epifanía» que cambiaría definitivamente el ritual de apareamiento del animal más complejo de todos.
Superado el tabú sexual (o no), seis temporadas después, dos películas, un «spin off» televisivo («Los diarios de Carrie»), una versión «bastarda» (la más pedestre «Girls») y aun cuando parece que esta temporada se lleva el zapato plano, la serie sigue en el imaginario colectivo, con millones de espectadores que vuelven a ella como si fuera el evangelio de la mujer contemporánea.
Hoy, la cuenta de Twitter de la Semana de la Moda de Nueva York vuelve a preguntar cuál es el personaje preferido de la serie para sus seguidores, de la misma manera que en Facebook existe el grupo que, después de un cuestionario, dice al internauta a cual de las cuatro se parece más.
«Bienvenida a la era de la pérdida de la inocencia, nadie desayuna con diamantes y nadie vive romances inolvidables… Más bien desayunamos a las 7 de la mañana y tenemos líos que procuramos olvidar cuanto antes», era la declaración de intenciones de Carrie Bradshaw, la protagonista.
Y Nueva York, por su parte, quedó atrapado en el embrujo de esa imagen sofisticada que brindó a millones de espectadores la serie, basada en los personajes de Candace Bushnell y que producía HBO, la misma televisión por cable que luego lanzó «Girls», con chicas menos sofisticadas y de Brooklyn.
Los turistas dejaron de reclamar tanto el Manhattan de Woody Allen para explorar el de Carrie Bradshaw, y todos los días se organiza una visita de tres horas y media por sus tiendas, bares, restaurantes y edificios más emblemáticos de los barrios más «cool» como el Greenwich Village, el SoHo o el Meatpacking District.
El anuncio avisa: es un «R-Rated tour», es decir, una excursión para adultos.
Sarah Jessica Parker, actriz de cara angulosa que en cine parecía condenada a ser la eterna secundaria, se hizo con un personaje del que no ha podido (o quizá no ha querido) deshacerse y que la alzó como un icono de la moda mundial, casi un escaparate de las mejores marcas coordinado por la estilistaPatricia Field.
Cuando ganó el primero de sus cuatros Globos de Oro, en 2000, fue escueta en su agradecimiento: «Gracias. Nunca había ganado nada en mi vida». Y su vida, en realidad, era la antítesis de esa Carrie Bradshaw: matrimonio estable con Matthew Broderick y tres hijos.
«Me visto como todas las madres. Muy rápido», dijo en una ocasión, igual que reflexionaba: «Tengo la sensación de que la gente se decepciona conmigo porque no tengo respuestas para ellos. Tengo que recordarles que no tengo un doctorado en sexología«.
La presencia de Parker, todavía hoy y con unos espléndidos 48 años, levanta cualquier alfombra roja y destaca en las más cotizadas, como demostró en mayo en la gala del Metropolitan, cuando rememoró el punk a su manera con una cresta de Philip Traecy.
En la serie, entre sus elecciones más celebradas estaba la de los zapatos del español Manolo Blahnik, esos «manolos» de altísimo tacón que Madonna describió como «mantener sexo con un hombre, pero duran mucho más». Sin embargo, Parker reconoció hace tres meses que los tacones altos le habían «arruinado» los pies.
Su cóctel de cabecera era el «cosmopolitan», que soltaba su lengua y la de Kim Catrall (la devorahombres), Kristin Davis (la pija recatada) y Cynthia Nixon (la feminista neurótica) y que se convirtió en la bebida más popular entre las mujeres.
Cuatro prototipos que generaban como sinergia la columna que Carrie escribía en el periódico y que exhibía con ingenio las tribulaciones entre lo sexual y lo sentimental, con una frivolidad inteligente siempre, salpicada a veces de una sorprendente sabiduría humana exenta de toda solemnidad.
Más tarde, en las películas, a pesar de la recaudación millonaria, se traicionó ese espíritu y se resolvió el eterno tira y afloja entre Carrie Bradshaw y el escurridizamente sexy «Mr. Big», interpretado por Chris Noth. Un final indigno para quien decía que «después de todo, los ordenadores se rompen y las relaciones se terminan. Lo mejor que podemos hacer es reiniciar y respirar«.
[Vanguardia]