Real Madrid y Atlético de Madrid se citan en Lisboa para definir al campeón de Europa; los merengues buscan su décimo título y los rojiblancos el primero
Doce años lleva Real Madrid contemplando nueve copas. Todos los domingos por la noche, cuando el Bernabéu se apaga y el club se acurruca en su memoria, un capitán las saca, encera, pule y se arrodilla enfrente de ellas.
Acostumbrado a ganarlo todo, lleva un tiempo sacudiendo la vitrina de la Décima, que no llega. La historia de Real Madrid no se mide en años sino en kilos: nueve Copas de Europa es mucho acero. La historia pesa, claro que pesa. La Champions marca el ritmo de Real Madrid, cualquier título a su alrededor es accesorio.
El equipo que domine Europa dominará el juego, con esa idea el Madrid colonizó buena parte del futbol. Este año; sin embargo, ha sido más ligero. El aplomo de Ancelotti, un centurión sereno, liberó a una generación de futbolistas del nombre de sus antepasados. El único sobreviviente de la octava y novena legión se apellida Casillas, un mito. Para el resto, entonces adolescentes, jugar una Final vistiendo de blanco era una fábula.
El asalto a la Décima ha sido muy largo. Conforme avanzó esta temporada el Madrid fue recuperando los rasgos de un equipo al que Mourinho trató como guiñapo. Con Ancelotti los jugadores se sintieron futbolistas y los futbolistas disfrutaron el juego. De acuerdo al evangelio en latín, el técnico italiano dio galones a su defensa. Entre Pepe y Ramos empezaba el rigor, la fuerza se transmitió a la banda donde emergió un incansable Carvajal. Modric se convirtió en peón, Di María en jornalero y cuando Xabi Alonso recuperó la salud, el Madrid caminó con determinación en medio campo y soltura adelante.
La mejor versión de Cristiano y Benzemá llegó con la estabilidad emocional que Ancelotti contagió desde la banca. Incluso Bale, y su complicado dorsal impreso en un código de barras, era un asalariado más. Aun así, el mecanismo de Ancelotti se estrelló en dos juegos de Liga con el Barça. No hubo consecuencias fatales porque esta vez, el Madrid no tenía hipotecada la temporada al vencimiento de los clásicos. Se rehízo sin justificar la derrota y alcanzó a dar un golpe mortal al Barça en Valencia que, a los pocos días, resultó vital para el Madrid.
Con el primer título en el vestidor, llegó una de las noches más brillantes de su historia. Una monumental goleada al Bayern esculpida por Ramos, regio zaguero, relanzaba al Madrid hacia una nueva época. Aquella demostración lo hacía ver como el equipo del futuro. Pero el futbol, que maneja el tiempo con sabiduría, lo paró en seco. Desde su destructiva victoria en el Allianz Arena no volvió a ser el mismo. Cambió la marcha, entro en curvas y claudicó en España.
Ahora tiene que enfrentarse al Campeón de Liga en un partido, más que universal, capital. Entre Madrid y el cielo está el Atlético. La semana empezó en Neptuno y puede terminar en la Cibeles, pero si alguien es capaz de cubrir en segundos la distancia entre las dos fuentes, es el conmovedor Real Madrid de Múnich, con un balonazo al frente.
[La Afición]